jueves, 9 de diciembre de 2010

Posted by Juan Rincones On 5:24 a.m.
"... El que quiere amar la vida y ver días buenos,
refrene su lengua de mal,
y sus labios no hablen engaño."
1 Pedro 3:10.


En las obras del poeta griego Homero podemos leer frecuentemente la expresión: «Él dice con palabras aladas», que quiere decir: hablar sin reflexionar en las consecuencias.

Buenas palabras que enuncian cosas justas y verdaderas liberan al que escucha, si están dichas con gracia (Colosenses 4:6). Un día u otro todos hemos experimentado consuelo o gozo mediante buenas palabras dichas en el momento oportuno, ante todo si venían del Señor. “Tu dicho me ha vivificado” (Salmo 119:50).

En cambio, ¡qué estragos puede producir la lengua, ese minúsculo miembro! La Escritura la compara con el fuego: “¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego” (Santiago 3:5). Con rapidez se dicen palabras que parecen tener poca importancia, pero una vez pronunciadas, pronunciadas están. Al salir de nuestra boca siguen su camino, lo queramos o no. Una frase desagradable, una insinuación pérfida, una información acusadora, así empiezan las «palabras aladas» su vuelo nefasto, y a veces acarrean consecuencias incalculables.

Entonces, ¿cómo guardar la “lengua del mal”? (Salmo 34:13): estando ocupados con el bien y buscando la comunión con el Señor Jesús, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).

"El que guarda su boca guarda su alma..."Proverbios 13:3.
"...La palabra a su tiempo,
¡cuán buena es!"

Proverbios 15:23.


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